Wednesday, January 03, 2007

Prueba de galera

Estoy leyendo El libro de los espejos, de Gregorio Martínez. Lo compré en Metro el último 31 de diciembre a las seis de la tarde, más o menos, luego de echarle un ojo a todos los modelos de colchones de dos plazas y de buscar, infructuosamente, aunque solo para gozarlas, computadores portátiles en la sección electrodomésticos (¿?). Debo decir que ahora entiendo por qué de un momento a otro se me dió por mirar colchones a lo largo de una hora, además de abrigos de dormir, sin ninguna razón aparente (lugares comunes inobviables como éste me deprimen). Y he hallado ¡gracias a Dios! (yo, que no soy creyente) una prosa no publicable en diarios. Es decir, crónicas enjundiosas, irreverentes, hasta eruditas (quisiera decir "falsamente eruditas").
Pero extraño un poco al Goyo de Canto de sirena. Recuerdo una prosa casi asesina, una prosa que pretendía asfixiarnos a los lectores con su largura y su densidad. Con él, a fuerza de lecturas criminales, supe que la prosa de José Carlos Mariátegui era un paradigma menor y extemporáneo.
Por allí nomás leí algunos artículos de Benedetti (así se escribe, ¿no?) y ya la prosa contenida y forzosamente sucinta del Amauta resultaba todavía más senil, anacrónica.
Se me cayó Mariátegui, entonces, con todos sus "dieciochesco", "finisecular", "panspermia". Sólo después, mucho después, pude ubicar pragmaticamente su prosa. Mientras, lo mataba dulcemente con la lectura de prosas de hogaño que hoy son de antaño.

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